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sábado, 18 de abril de 2009

El hombre del futuro (Cuento corto)



Termino la Semana Santa. En realidad fue un alivio increíble. Ya no soportaba la sensación de fricción entre miles de cuerpos embriagados. El desahogo de frustración vomitándose por las calles, en los bares, en las abarrotadas discotecas. Abarrotadas de amor incomprendido, de amor pasional y pasajero. Risas sueltas disolviéndose en el humo y el ruido.

El lunes regrese a la Ciudad. Trafico liviano, humores post-catárticos aceitando de nuevo la maquina que acelera despacio. Llegue sin problemas a casa. Varios recibos y cuentas por pagar incluida la renta. Como no me fue nada mal, decidí llamar inmediatamente al casero. Salde cuentas y por la tarde regrese a casa a tomar una ducha. Mi plan era fumarme un puro y hacer absolutamente nada.

En realidad estaba tan cansado que cuando pegue la cabeza a la almohada ya estaba dormido. Me dormí sin darme cuenta, repasando el asueto. Sueño a las chicas, a los borrachos, un mar de gente que se diluye poco a poco hasta transportarme a un lugar desconocido con gente desconocida pero que se me hace familiar. Estoy sentado bajo un árbol con mucho follaje y me pregunto que estoy haciendo aquí. En ese preciso instante escucho una voz me llama por mi nombre.

Es un mono, se llama Juan Noj y me pide que lo siga, tiene algo que quiere enseñarme. Noto que soy un mono también, que tengo cola y que no se me hace difícil brincar de una rama a otra. Atravesamos selva y llegamos hasta una ciudad habitada por humanos. Ya no me siento más mono y el mono es humano o lo parece. Vamos caminando y la gente parece no vernos. Los perros nos ladran y tratan de intimidarnos. Pregunto el porqué. Juan me contesta que la gente no puede vernos, pero los perros sí. Las calles me parecen conocidas pero no logro descifrar en donde nos encontramos. Eventualmente llegamos a una casa y tocamos la puerta.

Un tipo nos abre la puerta y mientras sonríe nos deja pasar. Adentro hay cuatro tipos más. Todos se comportan con camaradería y todos están vestidos con alguna prenda roja. Juan me presenta con todos y me dice que es el equipo del cual estoy a cargo. Yo también llevo una camisa roja y apenas la percibo en este momento.

No termino de preguntarme qué diablos estoy haciendo allí cuando de pronto alguien toca la puerta. Como estoy más cerca abro y hay tres tipos afuera, también vestidos de rojo. Estoy a punto de dejarlos pasar cuando uno de los tipos que recién acabo de conocer adentro, salta de su silla para asomarle un golpe a uno de los recién llegados. Los otros le siguen y se arma una riña. Los tipos de afuera se transforman en sombras liquidas y se escabullen a una velocidad increíble, me lanzo sobre una y me paraliza. Cada vez que las tocamos quedamos paralizados y se escurren de nuevo. Huyen.

En este momento, me despierto inquieto.

Estoy sudando a mares, hace calor en la habitación y además estoy agitado. Me levanto por un vaso de agua. Veo el reloj del teléfono y son las 5 de la mañana. Ya no tengo sueño.

Menuda conciencia la que tenés cabrón, me dije a mí mismo.

Si, de vez en cuando también me ponía existencial. Sabía que era un hijo de puta por convicción y que tenía deudas a mi conciencia. ¿Pero quién no las tiene? En este mundo todos son caníbales y si no te pones las pilas te toca comer las sobras o tu propia carne.

Como no podía conciliar el sueño decidí fumarme un puro y ponerme a pintar. Llegue al taller justo en el momento en que podía sentir el efecto. Un periódico puesto sobre la mesa me llamo la atención. Hojeé las páginas rápidamente y uno de los titulares hablaba de que nuestro presidente recién electo era un asesino confeso. Defensa propia, según él. Este es el tipo de noticias que cuando se está pedo te deja pensando. Claro al final la conclusión es que todavía no se pueden resolver los problemas con ideas. Hasta me causo simpatía el tipo este. En la foto posaba una sonrisa.

No estamos solos, habremos muchos hijos de puta. La única diferencia son los hipócritas que juegan a ser tibios. Supongo que entre millones de personas ha de haber gente buena pero todavía no he tenido la suerte de conocer a ninguna. Tal vez en otro lugar, en otro país o en otro planeta, pero nunca he vivido en ningún otro lado que en esta ciudad. La analogía de selva de concreto le sienta bien, el darwinismo corre por sus venas. Las esquinas de la pirámide alimenticia abren sus fauces y se traga a sí misma. El ojo que lo observa todo lucha por mantenerse a distancia a costa de balas y cadáveres, hechos de interés compuesto. Sálvese quien pueda.

La vida aquí es insoportable pero nadie se suicida. Nos gusta darnos tiempo para esto. Nos gusta hacerlo lento. Y pensamos en el futuro.

Nos imaginamos un mañana mejor. Ser mejores personas, un mejor auto, un mejor puesto en el trabajo, un mejor salario. Ser un mejor esclavo, mejor adiestrado. Somos la gente del futuro y nada nos detiene, ni siquiera nosotros mismos. La rueda gira suspendida en el eje del temor. En el temor de que descubran que muy en el fondo si eres capaz de pensar en algo mejor. Que tu alma es capaz de sonreír. Cobardes, eso es lo que somos.

Tenemos miedo de mandarlos a todos a la verga. De decirles ya no más. Ya no más de la misma mierda. Déjenme vivir la vida como me mejor me parezca. Si me he de comer mierda que sea mía y de nadie más.

Ellos lo saben. Siempre han estado aquí. Riéndose a nuestras espaldas. Imponiendo las leyes, haciendo que exista la gravedad. “Este es el suelo señores y de aquí nadie se levanta”. Prohibido volar. Ellos manejan los hilos. No son tan fuertes en realidad, pero sus marionetas están dispuestas a hacer explotar el mundo en llamas. Quieren incendiar Roma para hacer un poema. Quieren hacer estallar de júbilo a la gran ramera y la gran ramera somos nosotros. Ondear sus banderas al ritmo de fanfarreas marciales, en lo que un Cristo redentor baja del cielo a barrer el suelo.

Mientras tanto, vamos a la iglesia o al circo, que es lo mismo. Y nos abstraemos de mundo mirando como 11 idiotas corren detrás de un balón. La cañería está rota y es un desagüe. La sangre se evapora al salir de nuevo el sol.

Mañana pintare otro cuadro. Mañana.

martes, 14 de abril de 2009

Semana Santa (Cuento corto)



No existe crisis que pueda mermar esa ansiedad de escapar del hastío por una semana, de tirar la casa por la ventana, de embriagarse de olvido. Por lo menos así piensa la mayoría de las personas y aunque ese no es mi caso siempre veo aquí una oportunidad inigualable.

Después de varios días de cuaresma, de ir y venir de una procesión a otra por fin había llegado la semana santa. Una de las semanas más lucrativas del año. Así que como todos los años desde hace 5, me preparé para salir a trabajar mientras otros se preparan a vacacionar.

No es que mi trabajo sea muy demandante en realidad mucha gente ni siquiera piensa que lo mío es trabajar. Están equivocados. Esto exige siempre mucha precaución y sobre todo estar siempre alerta. La vida de una persona puede depender de esto, la mía por ejemplo. No me gustan los trabajos sucios, pues estos solo demuestran mediocridad. Mi abuela siempre me decía que las cosas hay que hacerlas bien o mejor no hacerlas. Lo mío es un arte.

Lo más importante en mi negocio es saber no levantar sospechas. Hacerse invisible entre una multitud de gente parece carecer de dificultad. Ponerse una gorra, una playera con logotipo de marca de cerveza, lentes oscuros y una pantaloneta ridícula es lo más fácil. Fingir una sonrisa idiota, etílica, acompañada de pasos zigzagueantes y de un balbuceo ininteligible es otra cosa. Pretender que soy un estudiante de apellido rimbombante, que acaba de regresar de Europa puede algunas veces resultar mejor.

Escoger un “cliente” también es importante. Es esencial saber calcular los valores que se pueden sustraer. A mi gusto, mujeres adineradas y divorciadas son el blanco perfecto. De vez en cuando alguna mujer casada y despechada suele caer en el engaño con la ventaja de que ya hecho el daño será incapaz de contarle a su marido como fue que su tarjeta de crédito quedo sin fondos. Además como bono puede ser que de cuando en cuando llegue a tener sexo fabuloso también.

Tuve que cambiar de ubicación unas tres veces. De jueves a sabado anterior la pase en la Antigua viendo procesiones con Linda. Una chica extranjera que venía a realizar su tesis aquí por alguna razón. “I love it”, “Es fantásticou” maravillada ante la imbecilidad de cientos de marchantes pagando para cargar un enorme y pesado trozo de madera, vestidos de ridículos trajes hechos a la medida. Linda, blanco fácil, comida, hotel gratis y hasta tuvo la amabilidad de dejarme acompañarla al cajero automático para dejarme ver su número de pin.

Los 900 dólares que me “regalo” muy amablemente sirvieron en parte para pagarme un taxi privado hasta Panajachel. Decidí darme una noche de vacaciones así que salí a darme una vuelta a la calle para darle un vistazo al terreno. Multitudes de idiotas tomando licor hasta caer en coma. Un monton de salvajes deseosos de emociones fuertes, de sexo fácil, de pláticas superfluas. Un jardín de las delicias.

En una de las discotecas conocí a un trío de chicas “bien”. No me costó mucho ganarme su confianza, además me permití invitarlas a algunos tragos y uno que otro pase. Después de un rato logre conexión con una de ellas, Marta. No fue trabajo fácil pues tuve que soportar toda la noche sus problemas existenciales, su padre ya le había puesto un ultimátum para que ella se pusiera a trabajar y en un mes ya no recibiría mas el cheque al cual se había acostumbrado. ¿Cómo podría costearse ahora su vestuario, su cultora de belleza, el gimnasio y sobre todo la mucama? Además lo que más le daba pena era contarles a sus amigas pues la razón de esto era que su padre estaba al punto de la quiebra. Sentí lastima por ella, pero no lo suficiente. El sexo no era tan bueno, entre mojigatería y alguna educación con películas pornográficas gringas, había algo de mediocre. Tal vez era ese perfume dulce hasta el empacho, o tal vez su cuchicheo infantil. Lo único increíble era ese enorme culo de zompopo presto para ser abusado y vaya que de rodillas me parecía mucho más sexy.

Se quedo dormida, registre su bolsa y no había mucho, definitivamente era una situación patética. Había invertido mucho dinero esa noche y no pensaba perderlo. Por suerte había un recibo telefónico y pude constatar su dirección, tome sus llaves y me largue.

Llegue a la capital a eso del medio día, suficiente tiempo para revisar su casa y sacar lo que encontrase de valor. Un reloj suizo, alguna joyería de oro y lo mejor de todo, dinero en efectivo guardado en una cajetilla de cigarros. ¡Qué ingenuidad por dios!

Ya estaba un poco cansado y apenas empezaban realmente las vacaciones. Pensé en ir al puerto de San José. Pero ir allí, hasta a mi me da miedo, pues ya una vez me ha tocado regresar en traje de baño, sin zapatos, si camisa y sin absolutamente un centavo. Son unos salvajes, son capaces de soltarte una bala por un pinche celular. No, tendría que escoger otro lugar.

Recordé que Marta había mencionado que algunos amigos suyos irían a Monterrico. Nunca había estado allí y me pareció muy buena idea.

Salí a vender las cosas a un conocido mío y luego pase a recoger mi carro, que hasta ahora había pasado toda la semana en el garaje. No me gusta manejar, pero no quería desperdiciar más dinero en lujosos taxis. Había un calor de los mil demonios. Una cola infernal para lograr salir de la capital en miércoles santo, ahora si, se había desatado el purgatorio y todas las almas salían con destino a algún lugar del cielo o del infierno. Música estruendosa a cada caseta puesta por alguna marca de cerveza, mujeres en trajes pegados regalándote sonrisas pagadas por otros y alguno que otro refresco. Bañándote en anuncios, tapizando el paisaje de posters con chicas semidesnudas e inalcanzables. Oh el verano paradisiaco sacado de la fantasía de algún publicista maricón.

Creo que me estoy volviendo viejo y antipático. Solía gozarme esta época un poco mas, solía dejarme llevar como oveja al matadero sin chistar. Participar de estúpidas fiestas como la navidad. Lo creí todo, me deje arrastrar por la mercantilista enfermedad cristiana, la hipocresía de Santa Claus y la sifilítica esperanza de Jesucristo. Y encontré la verdad. Seguiría toda la vida atorado en este mundo de impotentes, haciendo cola al ritmo de reggaetón, a vuelta de rueda esperando a que el imbécil del auto de enfrente se esfume desintegrado junto a los miles de automóviles que se encontraban frente a mí. Haciendo cola para llegar al Edén.